Hace ya muchos años desde que,
con tan solo catorce años, mi padre se lanzara a la aventura de fundar la Orquesta
Martín. Él tocaba el saxofón alto y junto a un saxofón tenor, un clarinete, una
trompeta, una caja y un bombo de percusión formaba el grupo. Recorrían los
pueblos de la sierra de Aracena cuando estaban en fiestas, aportando la música
necesaria en unos años de posguerra en los que las pocas alegrías que habían
eran los bailes en las plazas, con los pasodobles y boleros típicos de los
principios de los años 50.
En uno de sus viajes en
aquellos trenes de madera, tras pasar por un pueblo cercano a Jabugo de donde
era mi padre, llegó a Cortegana. Allí conoció a mi madre. Podría contar algunas
de las anécdotas que siendo niño me relató, pero me las reservo para mí.
Pese a tener que compaginar
su trabajo en telégrafos con la música, siempre la vivió con una pasión inimaginable
para aquellos que no disfrutaban de ella. Esa misma pasión me la transmitió a
mí. Me hubiese gustado haber sido capaz de tocar decentemente la guitarra, pero
ella me negó ese placer. Aunque empecé a tocarla a una edad muy temprana, nunca
me dejó sacar algo de ella de lo cual sentirme orgulloso.
Pero el tiempo me ha recompensado
de alguna manera. No es que yo haya renacido con un talento musical ahora, sino
que ese talento estaba reservado para mi hijo, que junto con sus compañeros, han
formado un grupo bastante bueno que derrochan en cada una de sus actuaciones la
pasión que sienten por la música. Tras asistir a varios de sus conciertos y
observar la mejoría y la compenetración entre todos los componentes, veo como
ellos disfrutan de lo que hacen y, a pesar de que mis gustos musicales andaban
por otros derroteros por ser de otra generación y de no poder ser totalmente
objetivo por ser el padre de uno de ellos, me han llegado a ilusionar de tal
manera que me he convertido en uno de sus incondicionales fans.
Mi padre seguramente no compartiría
su estilo musical pero sí la pasión, y estaría orgulloso de ver a su nieto siguiendo
sus pasos en los escenarios y en la música, esa que tan feliz hizo a mi padre
mientras vivió, la misma felicidad que me llega en cada concierto que asisto.
Hoy, el día en que voy a publicar esto, se cumplen 11 años en los que mi padre
ya no está con nosotros. Yo no soy una persona creyente, pero ojalá sea verdad
que en algún sitio, esté donde esté ahora, pueda seguir siendo feliz con su música
y con la que su nieto hace, por muy distinta que sea, pero con la misma ilusión.